Chancusig, en sus elucubraciones diurnas, se apostó a sí mismo fuerte: una tarea existencial que no tiene parangón como súbdito y ejecutivo de Racionalidad Digital, esto es que empezó a desear toda una vuelta de 360º del planeta Tierra al Sol: sin espejos y prescindiendo de su chip conectado a la corriente del ciberespacio incesante. Ese intempestivo llamado a bucear en lo ignoto a largo plazo fue proponerse una aventura que lo llena de gozo apenas especular con ella. Se decía a sí mismo que iba a salir de la caverna digital de vacaciones a ninguna parte, es decir a donde sea inubicable por el rastreador global. Eso sí con boleto de regreso al espacio tiempo normal una vez cumplida la misión secreta de ser un incomunicado social un año entero. Debía encontrar alguien que provea esa suerte de retiro aristocrático, o sea, una cabaña escondida en cierto valle andino subtropical seco, uno original y no de esos que abundan en las promociones para hartarse de soledad y silencio de biosfera domesticada de Oréate, por dos horas como máximo, y no es una arbitraria imposición del sistema Oréate, sino que a la verdad es el aguante tope del urbanicola sin portar el chip de Racionalidad Digital.
Chancusig, a la fecha, toma con regularidad las promociones de viaje a la biosfera domesticada, que en sí cuestan buenos créditos, así los operadores de viajes juren hacer grandes descuentos a su distinguida y selecta clientela. Estas escapadas de Chancusig del hogar, han venido siendo las únicas salidas reales a la intemperie que ha cometido desde que ascendió al nivel ejecutivo superior en el régimen Racionalidad Digital, y la paradoja es que siendo inofensivos viajes a la biosfera domesticada, desembocaron en la fijación de hacer un escape en serio a la cruda naturaleza de valle andino subtropical seco. ¿Cómo pudo reventar semejante reto para el sujeto de la experiencia ausente del mundo original? No le quepa duda que brotó de sus fastidiosos paseos de ver, oír y oler trepado en una banda transportadora acolchada simulando un sendero de campo rústico, como si recorriera a paso de hombre relajado el distinto escenario ribereño de marras. Se aburre sin remedio metido en cálido caminito transparente, acogedor, impoluto, sombreado por los árboles de orilla y, por añadidura, cantarino merced a abundante avifauna trinadora. Tal simulacro de andar en solitario en la biosfera domesticada, aún siendo una farsa de ejercicio al aire libre, era el negocio del operador de biosfera domesticada Oréate y, en consecuencia, Oréate era el que le inyectaba el afán de repetir que se disparaba tras un tiempo razonable como si fuese espontáneo deseo y así volvía a la belleza de turno a orillas de tal o cual río de agua dulce deliciosa, de brisa tibia, de verdores pigmentados por mariposas de alas traslúcidas, etcétera… sí, etcétera porque se mandaba a mudar rápido de esas maravillas de pago de la biosfera domesticada Oréate. Su promedio de permanencia, en los circuitos a orillas del encantamiento tedioso, era de alrededor de cuarenta y cinco minutos cronometrados por el vehículo, modelo escarabajo arcoiris, AVUA (aparato volador unipersonal autoguiado), desde que se bajaba en su destino de zona paradisíaca hasta que se volvía a subir para retornar a la vida activa de cueva digital en el tardío Antropoceno.
Sabedor de que nadie se opondrá a su “proyecto subversivo”, todo en aras de la libre expresión a la que el sujeto de masas digitales se acoge cuando le viene en gana ser libre para opinar, desear y pedir lo que le apetezca a la nada. Este refugio debía estar a la mano, al menos en la mente, de un pueblito XYZ de la tardía modernidad que tenga de cortesía una plaza mayor recoleta y religiosa al estilo de los católicos viejos. Ubica el pueblito XYZ a 3 kilómetros o algo así de potente caminata, siendo la caminata total de seis kilómetros, o sea, un ejercicio que nunca antes ha cometido y no sabe si lo hará, he ahí el reto incluido. Y, como elemento fundamental de la aventura en ciernes, el medio ambiente del valle andino subtropical seco tiene que estar, sí o sí, libre de amortiguadores de biosfera domesticada Oréate, ¿caso contrario de qué apuesta hablaría? La certeza de la cercanía del pueblito XYZ debe ser inobjetable, vendrá a ser en su psiquis una puerta de emergencia si el experimento falla estrepitosamente. Por lo demás, el espacio-tiempo de su retiro debe ser propio en el día a día, o sea, ajeno a la cotidianidad bucólica del parque central de XYZ. Así, valido de la suculenta fortuna obtenida gracias al ejecutivo superior infatigable en lo de ganar créditos en línea, se propuso esperar la oportunidad de encargar a la identidad que surja de la sonda de búsqueda Lem, el proyecto de vida que haga el quite al sujeto de rendimiento encallecido por la autoexplotación.
Una minucia de tiempo transcurrió para que se materialice la entrevista, persona a persona, de Chancusig con Malinche, la arquitecta ambulante de proyectos de vida Machángara S.A. Ambos, haciendo gala de intuitivos, acudieron a la cita de trabajo, pactada en la paz de los parques y jardines de biosfera domesticada del templo Piedras Negras, vistiendo de intrépidos expedicionarios de bosque andino subtropical seco. En ese entorno de recogimiento reventó el jocoso y no menos fructífero diálogo peripatético entre Chancusig y Malinche. La cita de trabajo, aunque en función directa de concretar a corto plazo un proyecto de huida a lo fundamental, también fue como un encuentro de amigos soñadores propiciando ideas para hacer realidad su utopía compartida.
Chancusig fue al meollo del asunto apenas entrando junto a Malinche, subidos en la banda transportadora doble, al túnel vegetal de membrillos en flor. Lo hizo recuperando de su memoria del pasado reciente los hechos que lo condujeron a Machángara S.A., y por inercia a tratar con Malinche. “Fue divertida la manera de encontrarte o mejor dicho como la sonda Lem, que envié al ciberespacio, te encontró. Todo se precipitó después de haber leído el himno al Río Machángara que la sonda Lem transmitió a mi lector electrónico en calidad de lectura involuntaria, no llamada y por ende atractiva, y en mi caso deseada por eso de que cuando me hundo en la nada de la angustia del ser abstracto, aditivo compulsivo, lo único que me rescata es la poesía romántica. Este himno me puso alerta, es decir, a rumiar la aproximación del proyecto de vida que despiste al esclavista y al esclavo de la Racionalidad Digital que soy”. Malinche, asintiendo con la cabeza intervino diciendo que a ella le sucede algo equivalente cuando se adentra en los himnos de Nobalis, en la poesía de ojos atléticos de Holderlin, en los parajes aquilinos de Nietzsche en Así habló Zaratustra, por ejemplo. “Sí, me sacudió la sensación de haber hecho un viaje al Río Machángara original, me refiero al río que corría airoso antes de la gran travesía del Homo sapiens y su aparición por esta parcela de planeta que habitamos, y se constituya en el creador de nuestra era Antropoceno. Tú sabes, Malinche, que el desaparecido río Machángara fue una putrefacción completa que recorría las ruinas de la ciudad K abandonada a los gallinazos, ahora es una repulsiva muestra del museo virtual de la apocalipsis química. Aunque no pones un pie en sus riberas de cloaca química, solo figurar que estás ahí parado es para taxativamente morirte de asco. Y dicho esto ahí radica el condumio del himno a un río que fue poesía pura, que no es el himno a su virtual pestilencia”.
El duende del buscador Lem, llevó en bandeja poética a Chancusig la palabra Machángara, sinónimo actual, en el museo virtual del apocalipsis químico, de aguas contaminando lo que toca al paso de su corriente fúnebre. El himno al Río Machángara hizo que de rebote aterrice el nombre Machángara S.A., con su leyenda: especialista en proyectos prístinos de retiros aristocráticos en cabañas escondidas. Fue pinchar en el sitio Machángara S.A, y consumar la carambola. La posibilidad de escaparse de la cueva digital, sin más preámbulos, echó a andar el proceso regenerador. Así se gestó la reunión de Chancusig y Malinche, el resto fue dar la vuelta a los jardines y parques del templo Piedras Negras. Sin promediar anotación o grabación alguna en un dispositivo pertinente, Malinche, hizo lo que es su poder innato: escuchar. Y escuchó bien mientras Chancusig propuso lo suyo en detalle, ella almacenó en su memoria contemplativa los mensajes subliminales que contenía la narrativa del otro. Al cabo del único encuentro entre Chancusig y Malinche, al cabo de él proponer y ella escuchar con la promesa de una pronta entrega de la encomienda, se despidieron a la usanza de los amigos de antaño: cuídate mucho Malinche, cuídate mucho Chancusig.