El hombre sin espejos 2.1

 

Apenas ingresando a la mansión Chancusig, quedó expuesto que nunca podría haber sido la cabaña de un náufrago. Oh, Malinche, eres la diseñadora y hacedora de los suspiros de este beneficiario de tu arquitectura para la vida lenta. El ojo cósmico como residencia en la Tierra entró en mi ser terrenal con la gracia postrera del sol de los venados. Nada de fortuito en la mansión Chancusig, se trata de que las puertas de la percepción se abrieron de repente al ser que dejó atrás la caverna, en eso consistió el edificar de Malinche. Ella moldeó el ojo cósmico con la materia disponible de nuestra época de integración molecular al servicio de Racionalidad Digital y de carambola está al servicio de la maravilla que viene de afuera: paisajes, aromas, texturas y ritmos de la naturaleza rugiente. 

 

Esta residencia jamás podría haber sido una variante de las delicias de mi cueva en Racionalidad Digital, acá no hubiese prosperado la idea del modo holograma de encendido y apagado a discreción del usuario cavernícola, debido a que la conciencia de estar residiendo en una cueva es  inconfundible y por ende la simulación de espacios lindos que ofrece el catálogo holográfico viene a ser de uso imprescindible allá pero no aquí. Allá no hay manera de escapar de la temporalidad holográfica y uno está muy conforme sabiendo que vive una ilusión versátil; allá, uno se manda a cambiar de diorama y cae en otro momento desechable, siendo la constante navegar envuelto en la alternabilidad sin pena ni gloria. 

 

Dije que husmear en los parques y jardines de biosfera alterada de Oréate, fue el preámbulo pasivo al aterrizaje en la cruda realidad del bosque seco de lomas color ladrillo que encierra la perspectiva de valle subtropical esencial, o sea, regado por el arroyo de agua dulce que nace al pie de las murallas de granito. Lo que vino conmigo, de la existencia resuelta en la soledad absoluta de Racionalidad Digital, es la materia útil necesaria para sepultar cualquier idea de sobrevivencia biológica a lo Robinson Crusoe, todo lo que hace posible que funcione el ojo cósmico, y que por extensión hace que funcione el intrépido expedicionario Chancusig, es el pasaporte a la soledad subversiva que escogí vivir más allá de usar los productos de mi época, reconocibles por los sentidos cuando paseo en el minimalismo hogareño, cuando el piso se amolda al cuerpo en reposo y cuando la república de células es un estómago plácido degustando y digiriendo el programa de menús aleatorio dispuesto para el único comensal. 

 

Acá, la alimentación cotidiana, deviene en agradable sorpresa nanológica de texturas, aromas y sabores camperos. Este degustar de la república de células que habito y me habitan, lo he denominado, con mayúsculas, Yantar del Campesino, en oposición al comer para el olvido del cavernícola. El buen yantar del campesino no tiene parangón con el comer inadvertido del cavernícola, al extremo que carezco de recuerdos gastronómicos de la época de encierro digital. Alimentarse, en mansión Chancusig, es una fiesta del nano-catador que descubrió el apetito del caminante desayunando temprano en la mañana, almorzando a media tarde y merendando en la noche si hubo expedición en pos del avistamiento de fauna nocturna, a propósito de esto último me fascina el puma incursionando en territorio mutuo. Evitamos, el uno al otro, estorbarnos. Me remito a aquel genio creador de ficciones estelares que, en un remoto siglo, decía de su situación frente a sus colegas: cada quien en su galaxia.    

 

La piel bronceada, que estrené abandonando la soledad cavernaria de toda una vida, está concebida a medida del iniciado Chancusig, de lo que la llevo gastando es una piel para doblar espinas; piel repelente de todo bicho feroz venenoso o no venenoso, diminuto o gigante; piel ultra resistente a los rayos ultravioleta, etcétera. En fin, lo que se mantiene igual a la fina piel lechosa de la caverna es la condición de transpirable, autoregenerable, auto-higiénica liberando toxinas y excrecencias de los diminutos corporales. La piel cavernaria carecía de sensibilidad a los estímulos externos por obvia circunstancia del aislamiento holográfico, donde la mente sustituye los sentidos propios de un intrépido expedicionario por sensaciones digitales. Al cabo de jornadas de reconocimiento en el exterior me siento un campesino a secas, soy un campesino solo por el hecho de estar inmerso en la actividad mudable de lo salvaje. Ahora sé lo que es el tacto primordial, ejemplo, vaya delicia abrazar el agua dulce del arroyo en cada poro abierto de la piel de Chancusig.   

 

El minimalismo de mansión Chancusig es mucho más que inteligente, corresponde a la aventura del vividor en su entorno entregado a la evolución natural de un innombrable valle subtropical seco. El minimalismo de la caverna de Racionalidad Digital corresponde al hermetismo fantástico. Aquí, al pie de la muralla de granito, brillan por su ausencia los hologramas paisajísticos y demás motivos de simulación de halago a los sentidos digitalizados. Aquí, la cruda realidad, supera a la fantasía cavernaria. Allá, en la cueva, la programación de hologramas es imprescindible para el ejecutivo superior de Racionalidad Digital. He sido autor de hologramas de caminar y de dormir para otros ejecutivos superiores, así como ellos le proporcionan a uno sus creaciones para atenuar el paso del tiempo. La caverna tiene dimensiones de forma rectangular y sin obstáculos, una suerte de cajón vacío de cuarenta metros de fondo por veinte y cinco de ancho, y en su estado holográfico preestablecido es un espacio elevado a diez metros del suelo con una proyección de techo falso de madera infatigable a la vista. El panorama por defecto, en los cuatro lados de la caverna, es idéntico: campos de amapolas silvestres en floración perdiéndose en perspectiva que varía en intensidad y nitidez visual de acuerdo a una meteorología aleatoria diurna y nocturna.  

 

Dije que la mansión Chancusig es oval, inteligente y sensible a la psicobiología y  gustos del loco viviente que la pone a funcionar, y su encanto proviene de la  multitud de nano-servidores invisibles e impalpables. Está libre de columnas, hecha de compacto multicristal antirreflejo que va cambiando de matices monocromáticos hasta que toma el rojo añil crepuscular, el color de recepción y bienvenida al hogar desde la tardecita inolvidable del arribo. El espacio-tiempo acá  es la duración de la persona que se beneficia de una memoria mágica a largo plazo, sumando una continuidad en experiencias a borrados día a día. Y se trata de la misma persona que en la cueva se resignaba a consumir y olvidar el instante rápido, rápido.  Allá el día servía para completar, exento de recuerdos y experiencias circunstanciales, libre de acontecimientos e hitos históricos íntimos, la vuelta astronómica del planeta Tierra al Sol. La idea de estar en el nirvana digital cavernícola transcurría veloz, alienada en la intemperie de lo holográfico, salvo las salidas de engorde a la biosfera alterada que en sí fueron una acción pasiva intuitiva para generar este futuro de loco viviente.

El hombre sin espejos 2

 

Estas son las primeras palabras que vuelco en un cuaderno de bitácora que será intermitente, sin fecha ni horario en el calendario. Desde que tengo uso de razón y memoria me he narrado historias orales, hoy me nace hacerlo en la modalidad escrita por la aventura inédita que inicié libre del todo del chip conductor de Racionalidad Digital, y no podía tener un mejor título: El hombre sin espejos. Empiezo: me recogió puntual, al final de la manga aérea, el AVUA, modelo libélula fucsia, y cerré los ojos en el pasado y los abrí en el futuro. Así fue el trato con Malinche, abandonar sin adioses ni preámbulos la piel del Chancusig de la vida rápida por la piel del Chancusig de la vida lenta. Me mandé a mudar a media tarde y desembarqué ligero, lúcido, estrenando la piel del intrépido expedicionario, convengo que ayudó la siesta que tomé ni bien alzó vuelo vertical la libélula fucsia. 

 

El AVUA insonoro, de ventanas opacas sin reflejo, apenas se balanceo suspendido a ocho o nueve metros del suelo boscoso a pisar en la tierra prometida, y fue abrir los ojos al portal de cielo parcialmente cubierto por nubes de algodón jugando con la luz filtrándose a raudales en el calorcito de valle subtropical andino. Dejé el  portal del AVUA y descendí por la rampa transportadora al punto de aterrizaje. Estaba de pie absorto en mitad del puente peatonal de madera roja adornada con estrías blancas y motas negras, la madera mate venía envejecida gracias a la integración molecular de la materia que habrá encargado Malinche para crear este detalle de bienvenida al aventurero Chancusig. El puente está dentro de lo artificial al que echa mano el contrato de servicios de refugio esencial celebrado con Malinche, entiendo que las cosas que no son originales y han sido construidas a base de integración molecular vienen de cajón cuando las circunstancias así lo ameritan, sin afectar la biosfera prístina ni la aventura en lo ignoto en sí del señor Chancusig. No viene incluido en la vida lenta el repudio a un mínimo de muletillas de época, pues, no estoy aquí para rendir homenaje a la remota historia de Robinsón Crusoe. A la verdad, lo que menos quería él famosísimo náufrago, Robinson Crusoe, proveniente de la homónima ficción del Siglo de las luces, era aislarse de la cultura y régimen social de su tiempo. Sí siento afinidad con la aventura de un ente de ficción legendario, el cual quiso renunciar en cuerpo y alma, no solo a su época las luces sino a ser parte de la especie humana y es Gulliver, en el País de Los Houyhnhnms.  No soy un náufrago de Racionalidad Digital, soy un renacido de mi propio espacio-tiempo. 

 

Aterrizar en el puente de bienvenida a la aventura de Chancusig, y fue sentir que había sido arrojado al espacio-tiempo de la duración del instante o vida lenta. Se agradece la experiencia ganada en mis salidas de engorde a la biosfera alterada, valió la pena el alto precio que tuve que pagar para aburrirme de lo lindo sin apartar el cuerpo ni un centímetro de la cinta transportadora panorámica, solo aguardando el feliz retorno a la cueva digital, me río suponiendo que mucho peor  hubiese sido el fastidio dando la vuelta retrepado en un sillón ergonómico. Lo cierto es que el detalle de pasear de pie en la simulación de andar por libre en senderos de biosfera domesticada, impulsó esta mudanza. Orearme en los circuitos de Oréate, vino a ser la capacidad que tengo aquí y ahora de distinguir lo adquirido. 

 

Aterrizando únicamente valía mi cuerpo-mente para tomar decisiones y moverme ya no por inercia de un holograma o un circuito domesticado, sino accionar el conjunto Chancusig y hacer los pasos siguientes que lo conduzcan a su residencia aún invisible. Apoyado en el pasamano de madera que prolongaba las mismas características del material y colores del puente, me quedé con la primera pintura imborrable de la tardecita: el aire suave y tibio venía perfumado por algo más que los sauces melodiosos en perspectiva dibujando arcos danzantes de una lejanía propia. Saludé con el arroyo correntoso de agua clara y fondo pétreo. 

 

Dar dos pasos fue colgarme del pasamano opuesto, y, respirando el mismo aroma ribereño, descubrí otro paisaje de cara al río despegándose del túnel claroscuro de sauces llorones y corriendo hacia herbosa vega que venía a ser distinta lejanía y distinto paisaje. Una bandada de aves azules alzó vuelo, sacándome del ensimismamiento. Miré arriba buscando a la libélula fucsia, se había ido ya, ni siquiera esperó a que le diga “que te vaya bonito”. El contrato de servicios con Malinche dice que cumplidos los 365 días vendrá el AVUA a ponerme de regreso en el mundo cavernícola digital, pero el contrato también estipula que puedo prorrogar mi salida cuantas veces quiera o sea al infinito, y más allá aún… No soy el Doctor Fausto pactando con Satanás sino el señor Chancusig pactando con la arquitecta Malinche.  Dicho el “que te vaya bonito”, inexplicable dicha por las “naves quemadas” me invadió. Estupendo, no hubo adioses, y me olvidé del AVUA. Con los pies en el puente, volví a lo me atañe y observé dos trochas de grava apisonada o algo así serpenteando, en las respectivas orillas a favor de la corriente de la vega herbosa. 

 

Salí del puente y tomé la trocha contracorriente camuflada a izquierda de los sauces arqueados y flanqueada por una hilera de cedros en flor perfumando el medio ambiente. Reconocí el olor dulce y almendrado de los cedros en flor en el corto trayecto claroscuro de andar sumido en él, pues, es un aroma que me es familiar. Coincidencia o no entre las caminatas que hago para menear el esqueleto y mantenerme en mínimos saludables allá en la cueva digital, una de mis favoritas es la del holograma odorífero de cedros en flor. En este punto reafirmé la radical diferencia entre lo que es holográfico y lo que es original, fue una extensión del momento demorado del aterrizaje y ambientación en el puente. Es fundamental esto de reconocer la vida lenta de entrada, y ser parte de la gran diferencia con la prisa que cargaba de zafar de los circuitos en la biosfera alterada de Oréate.  

 

Emergiendo del trayecto claroscuro de bosque ribereño, copó los sentidos del senderista el cuadro de la nave de multicristal que en sí constituye la base del renacimiento del señor Chancusig. De una se mostró el escenario de mi residencia con los pies en la tierra; allí, la mansión oval de mi destino que, por un efecto óptico pasajero, lucía kilométrica, y era un ojo cósmico verde-pardo aguardando al único invitado a gozar de sus encantos. De hecho la mansión Chancusig es inmensa para un solo ocupante, materializando el minimalismo puro que encargué a Malinche. Sus medidas, a ojo de buen cubero, son: más o menos de cien metros de largo por sesenta metros de fondo, en su máxima extensión, y cinco metros de altura. El ojo Chancusig, está acoplado con holgura a la plataforma de roca blanca marmoleada, roca que hace un escalón de unos diez metros de altitud que desciende por una rampa corrugada y ondulante de amigable pendiente conectando con el sendero. Natural y sobrio acceso al hogar; sí, taxativamente, es el primer hogar del señor Chancusig. 

 

Mi hogar ocupa un tercio, en el costado izquierdo, de la luna menguante que forma la gran muralla de granito cortada a pique. La muralla es eónica, es el colofón pétreo esculpido por el tiempo, una obra de arte geológica de vetas horizontales de azabache mate intercalando con vetas rojo añil. El cuadro integrado del ojo cósmico y la muralla de luna menguante, sacudió la república de células denominada Chancusig. Calculo que la muralla, tiene un frente aproximado de trescientos metros con una altura de treinta o más metros. Esta reliquia temporal me llegó nítida a la vista, levantándose airosa al tope del vallecito flanqueado por colinas bajas que, allende su aparente redondez cimera cubierta por especies arbóreas propias de bosque seco, denotan alta dificultad para ser escaladas por el señor Chancusig, quien dicho sea de paso no vino acá a cometer ninguna proeza ascensionista.

 

Iniciado el crepúsculo de nubes arreboladas formando un campo arado celestial entre jirones de azul lavado, observé desde la altura y mirador privilegiado del ojo cósmico que, a media cuadra siguiendo el pie de la pared de granito, brota del subsuelo el río de agua melodiosa. De golpe surge la corriente freática, de la muralla nace el agasajo a la vista y a los oídos. Entendí que la muralla de luna menguante es el símbolo non plus ultra, hasta aquí llega y de aquí parte mi aventura. El arroyo viviente de la muralla de granito se dispara raudo aprovechando el desnivel del lecho pedregoso y escalonado, y, corriente abajo, antes de entrar al bosque claroscuro del puente de bienvenida, sortea grandes piedras polimorfas. Y sí, es de celebrar que Malinche supo interpretar lo subliminal de mi pedido de aislamiento en lo silvestre, en esto consiste mi incomunicación con Racionalidad Digital. 

El hombre sin espejos 1/2

Chancusig, en sus elucubraciones diurnas, se apostó a sí mismo fuerte: una tarea existencial que no tiene parangón como súbdito y ejecutivo de Racionalidad Digital, esto es que empezó a desear toda una vuelta de 360º del  planeta Tierra al Sol: sin espejos y prescindiendo de su chip conectado a la corriente del ciberespacio incesante. Ese intempestivo llamado a bucear en lo ignoto a largo plazo fue proponerse una aventura que lo llena de gozo apenas especular con ella. Se decía a sí mismo que iba a salir de la caverna digital de vacaciones a ninguna parte, es decir a donde sea inubicable por el rastreador global. Eso sí con boleto de regreso al espacio tiempo normal una vez cumplida la misión secreta de ser un incomunicado social un año entero. Debía encontrar alguien que provea esa suerte de retiro aristocrático, o sea, una cabaña escondida en cierto valle andino subtropical seco, uno original y no de esos que abundan en las promociones para hartarse de soledad y silencio de biosfera domesticada de Oréate, por dos horas como máximo, y no es una arbitraria imposición del sistema Oréate, sino que a la verdad es el aguante tope del urbanicola sin portar el chip de Racionalidad Digital.

 

Chancusig, a la fecha, toma con regularidad las promociones de viaje a la biosfera domesticada, que en sí cuestan buenos créditos, así los operadores de viajes juren hacer grandes descuentos a su distinguida y selecta clientela. Estas escapadas de Chancusig del hogar, han venido siendo las únicas salidas reales a la intemperie que ha cometido desde que ascendió al nivel ejecutivo superior en el régimen Racionalidad Digital, y la paradoja es que siendo inofensivos viajes a la biosfera domesticada, desembocaron en la fijación de hacer un escape en serio a la cruda naturaleza de valle andino subtropical seco. ¿Cómo pudo reventar semejante reto para el sujeto de la experiencia ausente del mundo original? No le quepa duda que brotó de sus fastidiosos paseos de ver, oír y oler trepado en una banda transportadora acolchada simulando un sendero de campo rústico, como si recorriera a paso de hombre relajado el distinto escenario ribereño de marras. Se aburre sin remedio metido en cálido caminito transparente, acogedor, impoluto, sombreado por los árboles de orilla y, por añadidura, cantarino merced a abundante avifauna trinadora. Tal simulacro de andar en solitario en la biosfera domesticada, aún siendo una farsa de ejercicio al aire libre, era el negocio del operador de biosfera domesticada Oréate y, en consecuencia, Oréate era el que le inyectaba el afán de repetir que se disparaba tras un tiempo razonable como si fuese espontáneo deseo y así volvía a la belleza de turno a orillas de tal o cual río de agua dulce deliciosa, de brisa tibia, de verdores pigmentados por mariposas de alas traslúcidas, etcétera… sí, etcétera porque se mandaba a mudar rápido de esas maravillas de pago de la biosfera domesticada Oréate. Su promedio de permanencia, en los circuitos a orillas del encantamiento tedioso, era de alrededor de cuarenta y cinco minutos cronometrados por el vehículo, modelo escarabajo arcoiris, AVUA (aparato volador unipersonal autoguiado), desde que se bajaba en su destino de zona paradisíaca hasta que se volvía a subir para retornar a la vida activa de cueva digital en el tardío Antropoceno. 

 

Sabedor de que nadie se opondrá a su “proyecto subversivo”, todo en aras de la libre expresión a la que el sujeto de masas digitales se acoge cuando le viene en gana ser libre para opinar, desear y pedir lo que le apetezca a la nada.  Este refugio debía estar a la mano, al menos en la mente, de un pueblito XYZ de la tardía modernidad que tenga de cortesía una plaza mayor recoleta y religiosa al estilo de los católicos viejos. Ubica el pueblito XYZ a 3 kilómetros o algo así de potente caminata, siendo la caminata total de seis kilómetros, o sea, un ejercicio que nunca antes ha cometido y no sabe si lo hará, he ahí el reto incluido. Y, como elemento fundamental de la aventura en ciernes, el medio ambiente del valle andino subtropical seco tiene que estar, sí o sí, libre de amortiguadores de biosfera domesticada Oréate, ¿caso contrario de qué apuesta hablaría? La certeza de la cercanía del pueblito XYZ debe ser inobjetable, vendrá a ser en su psiquis una puerta de emergencia si el experimento falla estrepitosamente. Por lo demás, el espacio-tiempo de su retiro debe ser propio en el día a día, o sea, ajeno a la cotidianidad bucólica del parque central de XYZ. Así, valido de la suculenta fortuna obtenida gracias al ejecutivo superior infatigable en lo de ganar créditos en línea, se propuso esperar la oportunidad de encargar a la identidad que surja de la sonda de búsqueda Lem, el proyecto de vida que haga el quite al sujeto de rendimiento encallecido por la autoexplotación.

 

Una minucia de tiempo transcurrió para que se materialice la entrevista, persona a persona, de Chancusig con Malinche, la arquitecta ambulante de proyectos de vida Machángara S.A. Ambos, haciendo gala de intuitivos, acudieron a la cita de trabajo, pactada en la paz de los parques y jardines de biosfera domesticada del templo Piedras Negras, vistiendo de intrépidos expedicionarios de bosque andino subtropical seco.  En ese entorno de recogimiento reventó el jocoso y no menos fructífero diálogo peripatético entre Chancusig y Malinche. La cita de trabajo, aunque en función directa de concretar a corto plazo un proyecto de huida a lo fundamental, también fue como un encuentro de amigos soñadores propiciando ideas para hacer realidad su utopía compartida.

 

Chancusig fue al meollo del asunto apenas entrando junto a Malinche, subidos en la banda transportadora doble, al túnel vegetal de membrillos en flor. Lo hizo recuperando de su memoria del pasado reciente los hechos que lo condujeron a Machángara S.A., y por inercia a tratar con Malinche. “Fue divertida la manera de encontrarte o mejor dicho como la sonda Lem, que envié al ciberespacio, te encontró. Todo se precipitó después de haber leído el himno al Río Machángara que la sonda Lem transmitió a mi lector electrónico en calidad de lectura involuntaria, no llamada y por ende atractiva, y en mi caso deseada por eso de que cuando me hundo en la nada de la angustia del ser abstracto, aditivo compulsivo, lo único que me rescata es la poesía romántica. Este himno me puso alerta, es decir, a rumiar la aproximación del proyecto de vida que despiste al esclavista y al esclavo de la Racionalidad Digital que soy”. Malinche, asintiendo con la cabeza intervino diciendo que a ella le sucede algo equivalente cuando se adentra en los himnos de Nobalis, en la poesía de ojos atléticos de Holderlin, en los parajes aquilinos de Nietzsche en Así habló Zaratustra, por ejemplo. “Sí, me sacudió la sensación de haber hecho un viaje al Río Machángara original, me refiero al río que corría airoso antes de la gran travesía del Homo sapiens y su aparición por esta parcela de planeta que habitamos, y se constituya en el creador de nuestra  era Antropoceno. Tú sabes, Malinche, que el desaparecido río Machángara fue una putrefacción completa que recorría las ruinas de la ciudad K abandonada a los gallinazos, ahora es una repulsiva muestra del museo virtual de la apocalipsis química. Aunque no pones un pie en sus riberas de cloaca química, solo figurar que estás ahí parado es para taxativamente morirte de asco. Y dicho esto ahí radica el condumio del himno a un río que fue poesía pura, que no es el himno a su virtual pestilencia”. 

 

El duende del buscador Lem, llevó en bandeja poética a Chancusig la palabra Machángara, sinónimo actual, en el museo virtual del apocalipsis químico, de aguas contaminando lo que toca al paso de su corriente fúnebre. El himno al Río Machángara hizo que de rebote aterrice el nombre Machángara S.A., con su leyenda: especialista en proyectos prístinos de retiros aristocráticos en cabañas escondidas. Fue pinchar en el sitio Machángara S.A, y consumar la carambola. La posibilidad de escaparse de la cueva digital, sin más preámbulos, echó a andar el proceso regenerador. Así se gestó la reunión de Chancusig y Malinche, el resto fue dar la vuelta a los jardines y parques del templo Piedras Negras. Sin promediar anotación o grabación alguna en un dispositivo pertinente, Malinche, hizo lo que es su poder innato: escuchar. Y escuchó bien mientras Chancusig propuso lo suyo en detalle, ella almacenó en su memoria contemplativa los mensajes subliminales que contenía la narrativa del otro. Al cabo del único encuentro entre Chancusig y Malinche, al cabo de él proponer y ella escuchar con la promesa de una pronta entrega de la encomienda, se despidieron a la usanza de los amigos de antaño: cuídate mucho Malinche, cuídate mucho Chancusig.  

Aves de Marzo

Arriba tenemos a una garza de lava pescando en Charca de Pulpos. Esto en un Marzo tropical, lluvioso y caliente, en la línea marina rocosa de Puerto Velasco Ibarra y cercanías. Entre las aves que residen en Isla Floreana, me fue posible capturar imágenes, para incluirlas en la galería de marras de este blog, de piqueros de patas azules (Sula nebouxii excisa), de pelícanos de cuello café (Pelecanus occidentalis urinator ), de garzas cenizas (Ardea herodias cognata), y de garzas de lava (Butorides striata sundevalli). No pude enfocar especímenes de esa rara especie de orilla, el pingüino tropical de Galápagos (Spheniscus mendiculus), tampoco de una especie más a la vista como la garza nocturna de Galápagos (Nyctanassa violacea pauper). 

Lagartija de Floreana

Microlophus grayii, es la denominación científica de la lagartija de lava endémica de Isla Floreana. Esta especie se encontraba en estación de desove y anidamiento de marzo, mes lluvioso y cálido que trajo consigo el desfogue de quebradas en la costanera de Puerto Velasco Ibarra. en particular en Playa Negra,  las aguas destruyeron nidos de lagartijas dejando al descubierto huevos no solo de Microlophus grayii sino de la iguana marina Venustissimus. En la orilla marina arenosa protegida por tupida vegetación, pude ver nidos como el de la fotografía, donde madre lagartija cuida sus huevos antes de tapar el ingreso.